Los últimos pasos de Julio López antes de su desaparición
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Los secretos que Etchecolatz se llevó a la tumba
Los últimos pasos de Julio López antes de su desaparición
 
Ver imagen El 18 de septiembre de 2006, el hombre de 76 años que había dado un contundente testimonio que dejaría al genocida Miguel Etchecolatz preso hasta su muerte, desapareció sin dejar rastros hasta hoy. Los recuerdos de uno de sus hijos, las investigaciones fallidas y la provocadora anotación en un papel que Etchecolatz escribió cuando fue condenado

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Fecha:18/09/2023 9:38:00 
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El 17 de septiembre de 2006 transcurrió con la perezosa rutina de los domingos en la casa familiar de Jorge Julio López, en el barrio platense de Los Hornos. Almorzó con su mujer y su hijo Hugo, y después de comer llegó Rubén – otro de sus hijos – para buscar cosas que necesitaba para trabajar al día siguiente.

“Parecía un domingo como cualquier otro. Estábamos en su casa porque yo había ido a cargar la camioneta con las herramientas del taller, algunas valijas y varios muebles porque el lunes yo tenía que ir a Capital a trabajar. Estuvo con nosotros atrás, en el taller, acompañándonos un rato mientras preparábamos todo. Me acuerdo de que fumó uno o dos cigarrillos, charlamos un poco de cosas de mi trabajo y después se fue a escuchar los partidos de fútbol”, recordó Rubén muchos años después en una charla con este cronista.

A los 76 años, Jorge Julio López disfrutaba de la vida familiar y de la presencia de sus hijos. También se sentía en paz consigo mismo, sobre todo desde hacía unos meses, cuando había cumplido una promesa que hecha casi tres décadas antes, la de contar lo que había pasado.

Cuando en 2003, por iniciativa del entonces presidente, Néstor Kirchner, el Congreso había derogado las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, que había permitido la impunidad de la enorme mayoría de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, López supo que podría decir en un tribunal lo que había visto, oído y sufrido, y también señalar a los responsables.

Sobre todo a uno de ellos, el ex comisario general Miguel Etchecolatz, mano derecha del el general Ramón Camps, jefe de la Policía Bonaerense durante la dictadura y responsable de una enorme una red de centros clandestinos de detención y tortura donde había desaparecido miles de personas.

El momento llegó el 28 de junio de 2006 y su testimonio había sido tan contundente que resultaría decisivo cuando el tribunal dictara las penas a los acusados.

Por eso, a pesar de que la rutina era la misma de siempre en la casa familiar, ese domingo Jorge Julio López estaba también un poco ansioso por lo que sucedería al día siguiente, el lunes 18, cuando tenía una cita de honor: ir al Palacio Municipal del La Plata, donde funcionaba el tribunal que presidía el juez Carlos Rozanski, para escuchar los alegatos finales del juicio.

“Esa tarde casi no hablamos del juicio, nada más que para arreglar con quiénes iba a ir, porque yo me iba a Buenos Aires y no podía acompañarlo. A la mañana, mi viejo se había comunicado con Nilda Eloy (ex detenida-desaparecida y militante de Derechos Humanos) para ver cuántas personas lo iban a acompañar. Habíamos arreglado que mi primo Hugo pasaba a buscarlo a las 9 de la mañana a mi hermano Gustavo y que ellos lo llevarían a la Municipalidad, donde a las 10 empezaba el juicio”, recordó Rubén en aquella conversación con el cronista.

Esa noche Jorge Julio López se acostó expectante y quizás antes de dormirse haya recordado una vez más, los dolorosos meses de su vida durante los cuales fue un detenido-desaparecido.

Jorge Julio López, albañil y militante peronista, tenía 46 años cuando cayó en las garras de los grupos de tareas de la dictadura, fue torturado y permaneció detenido ilegalmente en varios centros clandestinos del “Circuito Camps”.

Lo secuestraron la noche del 27 de octubre de 1976 durante un gran operativo en Los Hornos, junto a otros militantes peronistas. A la cabeza de los grupos de tareas que se desplegaron esa noche estaba el director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Etchecolatz.

Lo habían mantenido durante casi seis meses en las mazmorras de cuatro centros clandestinos, los conocidos como Cuatrerismo, Pozo de Arana, Comisaría Quinta y Comisaría Octava. Allí había sido torturado y también había presenciado varios asesinatos, entre ellos los de sus compañeros de militancia en Los Hornos, Patricia Dell’Orto y Ambrosio Francisco de Marco.

López había sobrevivido y el 4 de abril de 1977, cinco meses y cinco días después de su secuestro, fue “blanqueado” y puesto “a disposición del Poder Ejecutivo” en la Unidad 9 de La Plata, de donde fue liberado el 25 de junio de 1979.

Lo que vivió esos meses fue lo que casi tres décadas después relató como testigo ante el Tribunal Oral Federal número 1 de La Plata.

Un testimonio contundente

Jorge Julio López había hablado el 28 de junio ante el tribunal y su testimonio habían sido impactante, por la claridad con que había relatado lo que había sufrido y visto. Además, había reconocido a Miguel Etchecolatz como uno de los represores que lo habían torturado y como autor material del asesinato de Patricia Dell’Orto.

-Patricia le gritaba “¡No me maten, llévenme a una cárcel pero no me maten, quiero criar a mi nenita, mi hija!”, y ellos no, la sacaron. Y van a ver ustedes si algún día encuentran el cadáver o la cabeza, que tiene el tiro metido de acá y le sale por acá. Buum otro tiro - contó Jorge Julio López ante los jueces mientras señalaba con un dedo el centro de su frente.

Los asistentes al juicio lo vieron muy emocionado y por momentos tembloroso, pero firmemente decidido a relatar los hechos de los que había sido testigo. En uno de los momentos más dramáticos de su testimonio dijo:

-Pensé: Si un día salgo y lo encuentro a Etchecolatz, yo lo voy a matar. Así pensaba, pero después me dijo, qué voy a matar a una porquería como esa, a un asesino serial. Etchecolatz personalmente dirigió esa matanza.

“Mi vieja le decía ´no vayas a declarar’. Era por miedo de que le pasara algo, teníamos miedo de que le pasara algo a nivel mental, de que se desequilibrara, no pensamos que lo podían secuestrar”, recordó muchos años después Rubén López.

En el recuerdo de Rubén, después de declarar su padre estaba satisfecho, como si se hubiera sacado un enorme peso de encima.

“Estaba aliviado sobre todo por las cosas que él quería hacer en ese juicio, que era contar lo que había visto. Por eso, inclusive, a partir de ese testimonio de mi viejo en 2006, hace poquitos días empezó otro juicio, Arana 2, donde hay siete víctimas. Entre ellas una es mi viejo, pero hay otras cuatro que fueron nombradas por él en ese testimonio y por eso entraron ahora en este juicio. Lo que más satisfacción le daba era poder cumplir con la promesa que le habían hecho a Patricia Dell’Orto en Arana, que si sobrevivía contaría lo que había pasado”, le dijo al cronista.

Los últimos pasos

El lunes 18 de septiembre de 2006, cuando Hugo, el hermano de Rubén, se levantó, Jorge Julio López ya no estaba en la casa.

En un primer momento, nadie sospechó que podía tratarse de un secuestro. Según Rubén, “fue impensado lo que pasó, en ese momento, lo primero que pensamos era que le había pasado algo mental, porque pensábamos que esas cosas, las desapariciones, ya no pasaban, pero pasó”.

La familia cree que alguien lo engañó para que saliera de la casa, porque lo acordado era que esperaría allí a que llegara Gustavo, el sobrino, para llevarlo junto con Hugo en su auto hasta el Palacio Municipal.

“Esa mañana unas cinco personas vieron a mi viejo en la calle, cerca de casa. La última que lo vio caminando fue una señora de una verdulería, en la calle 137 entre 66 y 67″, reconstruyó Rubén.

A partir de allí, nadie más lo vio, aunque después se pudo determinar que había caminado otras dos cuadras desde ese lugar.

Rubén supo después que “los perros de la policía olfatearon su rastro hasta el frente de una casa en 135, 66 y 67 y y ahí lo perdieron. Es como si en ese lugar lo hubieran subido a un auto, pero nadie vio nada”.

Fue el último lugar donde se lo pudo ubicar, a partir de ahí se perdieron todos los rastros. La segunda desaparición de Jorge Julio López estaba consumada.

Después hubo decenas de pistas falsas, un cadáver quemado que no era el de López y una investigación policial plagada de errores que, más que avanzar, terminó destruyendo todo tipo de indicios.

La anotación de Etchecolatz

A fines de octubre de 2014 – más de ocho años de la desaparición de López – el genocida Miguel Etchecolatz enfrentaba el tramo final de otro juicio como acusado, nuevamente frente a un tribunal presidido por Carlos Rozanski.

En el momento en que se leía la sentencia que lo condenaba a prisión perpetua, el ex jefe de Investigaciones de la Bonaerense tomó un pequeño papel y lo desplegó. Al terminar la lectura del fallo, pretendió entregárselo al Tribunal, pero selo impidieron.

Leo Vaca, fotógrafo de la agencia Infojus que estaba cubriendo el juicio hizo foto con su cámara en el papelito y disparó. En el papel, Etchecolatz había escrito, de puño y letra: “Jorge Julio López”.

“El corralito estaba tapado por guardias, era difícil de fotografiar. En un momento, uno de ellos se corrió y vi cómo Etchecolatz miró fijamente a Estela y a otros familiares. Entonces con sus dedos de la mano derecha empezó a tamborilear sobre la rodilla y sacó un papelito. En ese momento, observo que dice ´Jorge Julio López´. No pude creer lo que estaba viendo. Después se levantó y se lo quiso entregar a los jueces, pero no lo dejaron. Mostré la foto a otros colegas y a la gente que estaba allí y se mordían los labios de la bronca. Fue un escándalo”, relató Vaca.

El genocida Miguel Etchecolatz murió el 2 de julio del año pasado purgando una condena de prisión perpetua. Nunca explicó si aquella anotación fue un mensaje por la desaparición de López o una provocación dirigida a las víctimas.

A 17 años de la segunda desaparición de Jorge Julio López, sigue sin poder saberse dónde está. Si Etchecolatz lo sabía, se llevó el secreto a la tumba.
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