Dora Apo y Susana Alonso recopilan anécdotas de los desconocidos que ayudaron a salvar vidas |
Un libro relatará las historias de solidaridad que dejó la dictadura | |
|
Un cura villero que se salvó gracias a un gendarme. El dueño de una disquería que le hizo escuchar a un joven, por primera vez, la prohibidísima trova cubana. El compañero de celda que intentó abrir una cerradura con fósforos para salvar a una desconocida en un centro clandestino de detención. La costurera que accedió a cuidar a los hijos de su vecina mientras planeaba cómo exiliarse. El comandante que le hizo upa a un niño para disimular y logró sacarlo del país. Néstor y Cristina Kirchner, que protegieron en su casa a dos amigos, El Bolita y Gladys. Con el correr de los días se multiplican las historias de solidaridad durante la última dictadura militar que recolectan Dora Apo y Susana Alonso. “La idea nació hace más o menos un año, en una reunión de viejas amigas que habíamos trabajado en el diario El Mundo. Junto a Stella Calloni, Ana Villa, Elisa Rando y Marta De Grazia comenzamos a evocar a aquellas personas que ayudaron durante la negra época de la Triple A y de la dictadura cívico militar. Esos solidarios desconocidos que, aun no actuando en política, eran seres colaboradores y que muchas veces nos salvaron, sin preguntar y sin escarbar sobre lo que le pedíamos”, cuenta Dora Apo, escritora y narradora de vivaces 80 años y madre del periodista Alejandro Apo, quien debió exiliarse junto a su familia en 1976. “Me sumé para ayudarla en la investigación, ya que la escuché varias veces contarme lo difícil que le resultaba organizar el material. El proyecto me pareció maravilloso y me conmovió profundamente la actitud militante de una mujer de 80 años que vivió dolores muy profundos. Dora me contagió su espíritu joven y creativo y disfruto mucho de nuestro trabajo”, cuenta Susana Alonso, la periodista y locutora que se sumó al proyecto. Juntas emprendieron un trabajo de arqueólogas. Graban testimonios, corrigen textos que les envían y eligen otros relatos que ya fueron publicados pero que son fundamentales. Dora maneja su cuenta de email y de Facebook y acopia información. Está contenta porque hace pocos días se contactó con la mujer de Gorriarán Merlo, que vive en Panamá. Cree que tiene una buena historia para contar. Miriam Lewin, Luis Bruschtein, Ana Paoletti y Cristina Feijoo ya hicieron su aporte para el libro. Después, Susana se ocupa de darle forma a ese caudal de recuerdos. “Al principio, creí que iba a ser más fácil. Si bien ya tenemos más de 30 historias que cuentan pequeños y grandes gestos de solidaridad durante esos años terribles, me di cuenta que a muchas víctimas les cuesta recordar a aquellas personas que en definitiva les salvaron la vida. Ordenar el relato y recordar les resulta muy movilizador. A veces, los recuerdos tienen baches o les cuesta contar alguna parte y la historia queda inconclusa”, cuenta, y lo adjudica al trauma con el que cargan los sobrevivientes. Está convencida de que publicar las anécdotas de aquellos años de represión y tortura permitirá mostrar los lazos de solidaridad y compromiso que la dictadura quiso –aunque no pudo– quebrar. “Con cada historia nos emocionamos porque todos los relatos hablan de lo mejor que tenemos los seres humanos: el amor. Eso nos diferenció de los genocidas perversos. Quisieron inocularnos el virus del ‘no te metás’ pero estas historias muestran que no lo lograron”, sostiene. Mientras trabajan en la recolección de los testimonios, Susana y Dora buscan una editorial a la que le interese el proyecto. Dora escribió para el libro un relato de cómo su vecina protegió a sus hijos durante el tiempo que ella tardó en organizarse y exiliarse en Venezuela, pero recuerda con especial cariño la historia de un joven. “El Flaco Morales tenía 22 años y pasaba todos los días por Liniers para ir a su trabajo. Una mañana entró por primera vez a una disquería y librería de usados y reparó en uno de los discos que estaba prohibido”, comienza a contar Dora, con indudable habilidad de narradora. El dueño de la disquería le ofreció a El Flaco pasar a un cuartito del fondo donde pudo escuchar por primera vez a la nueva trova cubana. La rutina se repetía dos o tres veces por semana. El Flaco entraba, escuchaba música y se iba a trabajar. “Es una historia donde la solidaridad no protege la vida en sí. Protege la vida cotidiana y la libertad, que estaban tan limitadas y amenazadas en aquellos años”, explica Dora. Susana destaca la historia del empleado de una inmobiliaria que le dio a un desconocido la llave de una casa para que se escondiera durante unos días. Los relatos recopilados fueron escritos por algunos protagonistas o grabados por Norma y Dora. También decidieron incorporar algunas ficciones, como un cuento del escritor rosarino Juan Carlos Martini. También citarán historias ya publicadas en otros libros, como la de El Bolita y Gladys en la biografía de la presidenta que escribió Sandra Russo, quien registró el caso de la pareja de amigos que el matrimonio Kirchner protegió en su pequeña casa de Las Flores. Recuerda Susana que en 2008, durante un acto de homenaje a su amigo, Néstor Kirchner dijo que si El Bolita hubiera cantado cuando lo secuestraron, él no hubiera llegado a ser presidente de la Nación.
El piloto que salvó a Huguito El periodista Luis Bruschtein, su mujer, y su madre, Laura Bonaparte, se habían exiliado en México durante la dictadura. A una de sus hermanas y su marido los asesinaron en Argentina, y el hijo de ambos, Huguito, tenía apenas tres años. El nene quedó solito, ya que el único familiar que lo encontró fue un tío abuelo. Este hombre mayor, quiso llevar a Huguito con su tío Luis y su abuela a México, pero no tenía ni documentos ni pasaportes del nene. Ante esta situación tan compleja, el hombre decidió pedir al piloto de una línea aérea que lo ayudara, aunque apenas lo conocía. Le contó la verdad, tenía que atravesar la frontera de algún modo con una criatura indocumentada y nadie debía saberlo porque tenía la mitad de su familia exiliada, otra parte desaparecida, y sus padres asesinados por los militares. El piloto no hizo preguntas, no habló de política, no puso ningún inconveniente, sólo acordó con él qué día viajarían a México. En Ezeiza, vestido con su uniforme, tomó al nene con toda familiaridad, lo subió a sus hombros y cruzó el puesto de Migraciones. Dentro del avión, Huguito viajó con su tío abuelo. Cuando la nave aterrizó en tierra azteca, el piloto tomó al nene y nuevamente lo puso a babucha y lo cruzó como si fuera un familiar. El tío abuelo regresó a la Argentina, y falleció poco después. Era el único que conocía la identidad de este piloto que desinteresadamente, sin pedir nada a cambio, asumió el riesgo de perder su trabajo, o ser detenido . La familia Bruschtein nunca pudo agradecer a ese desconocido el gesto solidario que permitió que un nene de sólo tres años pudiera reencontrarse con su familia. | |