El mundo clama pero poco más se hace para paliar la hambruna en Gaza | |
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Gaza se desangra. Se materializa la profecía de la tragedia deliberada, diseñada y controlada.
El 81% de los hogares atraviesa días sin ningún alimento. El 96% admitió haber pasado hambre varias veces en el último mes. Más del 90% reconoció haber asumido riegos para obtener alimentos o haber buscado entre la basura. Más de 320 mil menores de cinco años se enfrentan al riesgo de desnutrición aguda. Según la Clasificación Integrada de Fases de la Seguridad Alimentaria de la FAO, «el acceso de la población a los alimentos en toda Gaza es ahora alarmantemente irregular y extremadamente peligroso». Sólo entre abril y mediados de julio, más de 20 mil niños recibieron algún tratamiento por desnutrición. Alrededor de 154 gazaríes (entre ellos, 89 niños) fallecieron por esta causa hasta hoy, desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas ingresó a sangre y muerte en territorio israelí. Desde entonces se registraron más de 63 mil muertos, incluyendo más de 17 mil niños, y más de 145 mil heridos.
Es así como resuena la incógnita: ¿qué verosimilitud les cabe a tantas prestigiosas voces que acusan al gobierno de Benjamín Netanyahu, de haber abierto las puertas a la incursión de Hamas para precipitar la guerra? Y como consecuencia, golpea con mayor certeza cada día la presunción de que la hambruna «está fabricada y es deliberada»: tiene nombres y apellidos, los del primer ministro israelí y de sus cómplices de la ultraderecha fanática que integran su gabinete.
Mientras el ejército israelí anunció alguna medida para garantizar un «mínimo alivio» a través de «rutas seguras» (deberían responder primero de qué banda son los francotiradores) el primer ministro sigue demonizando de todo, sin excepción, a Hamás. Lo acusa de «alimentar la percepción de una crisis humanitaria».
Pero se da de bruces con muy diversas voces. «Desde la II Guerra no hubo otro caso de hambruna tan minuciosamente diseñada y controlada como la de Gaza», señaló esta semana Alex de Waal, antropólogo británico de la Facultad Fletcher, hace 40 años que es experto en hambrunas. Afirma que se trata de una «experiencia colectiva de deshumanización». También que «casi todas las hambrunas modernas son provocadas por el hombre en el contexto de la guerra. La inanición se utiliza rutinariamente como arma. Lo que hace única en la historia a Gaza es hasta qué punto la hambruna fue meticulosamente diseñada para infligir privación a nivel individual y trauma social a palestinos».
Más de 100 agencias de ayuda redoblaron de pedidos de socorro por una catástrofe que se multiplica, a pesar de distintos anuncios de auxilio desde el aire y corredores humanitarios. Pero Tom Fletcher, jefe de ayuda de la ONU, describió las medidas como «una gota en el océano» ante la magnitud de la crisis.
Lo declaró en coincidencia con la mediática visita a Gaza de Steve Witkoff, emisario de Trump, episodio que el embajador del imperio en Israel, Mike Huckabee calificó con un irritante «hazaña increíble». La contracara: ese mismo día, Human Rights Watch acusó a Israel de volver a disparar a civiles que, desesperados, buscan comida en los centros operados por contratistas privados estadounidenses (la consabida Fundación Humanitaria para Gaza, del amigo de Trump), convertidos en «trampa mortal”. En dos meses más de 1.370 palestinos murieron allí.
Por estas horas, desde el propio territorio israelí hubo gritos contra el gobierno. Como el catedrático local Omer Bartov, quien deploró que funcionarios israelíes se refirieran a palestinos como «animales humanos» y que reducirían «Gaza a escombros». O el escritor israelí David Grossman: «Me negué a usar el término ‘genocidio’ durante años. No puedo evitarlo ahora luego de las imágenes que he visto». Esta semana, rectores de cinco importantes universidades (la de Tel Aviv, la Hebrea de Jerusalén, la de Ciencias Weizmann, el Instituto de Tecnología y la Abierta de Israel) rubricaron: «Como nación víctima del terrible Holocausto en Europa, tenemos el deber de actuar con todos los medios a nuestro alcance para prevenir y abstenernos de causar daños crueles e indiscriminados a hombres, mujeres y niños inocentes». Otras organizaciones, como B’Tselem y Médicos por los DD HH describieron la «aniquilación» de palestinos y la “destrucción deliberada del sistema sanitario» en la Franja. La ONG israelí habla de «nuestro genocidio».
Días atrás miles de personas salieron a las calles de Tel Aviv, mientras, a pesar del cerco mediático, el Canal 12 local revelaba que el 61% desea el fin de la guerra y la liberación de rehenes solo el 25% apoya la ocupación. Mientras el gobierno anuncia «pausas humanitarias diarias» en tres zonas de Gaza: nadie le cree sin caer en la hipocresía. De otro lado del mar, el español Josep Borrell Fontelles sirve de simbólica voz internacional. «¡Dejemos de ser cómplices del genocidio en Gaza!» reclamó a la Unión Europea y a sus miembros, quienes deberán «rendir cuentas en el futuro por su complicidad en los crímenes contra la humanidad» del gobierno de Israel.
Por otro lado, hace escasas horas, a pesar de todo, Hamás insistió que no depondrá las armas hasta la «plena restauración de sus derechos nacionales y el establecimiento de un Estado palestino independiente». Y la agencia Wafa informó de la muerte de 22 gazatíes, en la madrugada, cerca de los centros de reparto de comida. Es sólo una (¿sólo una?) guerra de las once que, según la Universidad de Uppsala involucran hoy a 61 países. Si bien en 2022 provocaron 310 mil muertos y en 2024, apenas (¿apenas?) 154 mil, una enorme porción fue a metros de la costa del Mediterráneo en Oriente medio…
Es recurrente la consideración de «crimen de todos los crímenes» al genocidio. Otra lectura le asigna una categoría jurídica no menos grave: «crímenes de guerra o contra la humanidad». Explicó el propio Bartov: «Para probar un genocidio, también hay que demostrar que la intención se lleva a la práctica», y en ese sentido, qué otra cosa es destruir «hospitales, mezquitas, museos con el objetivo de obligar a la población a marcharse», pese a que «la gente no quiere ni puede marcharse y no tiene adónde ir». Argumenta que es eso lo que distingue la operación de Israel en Gaza de la limpieza étnica y confirma la voluntad de borrar a los palestinos. La recurrencia de la acusación no hace sino darle doloroso y trascendente sentido.
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