Adriana, hermana del nieto 140 restituido por Abuelas |
“Estamos más completos, con todos los abrazos que nos debemos” | |
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Desde hace más de cuatro décadas, las Abuelas de Plaza de Mayo encarnan una búsqueda implacable y amorosa: devolver la identidad a los niños y niñas apropiados durante la última dictadura militar argentina. Esa tarea, que nació en el dolor y la injusticia más profunda, se sostiene hoy con la fuerza de la memoria y el compromiso de la justicia. Cada restitución es un triunfo colectivo que reúne a un pueblo entero en torno a la verdad, al recuerdo y al amor que no se rinde.
El anuncio de la restitución del nieto 140 fue un nuevo capítulo en esta historia de lucha y esperanza. Este joven, apropiado al nacer en el centro clandestino de detención “La Escuelita” de Bahía Blanca, recuperó no solo su identidad sino también el derecho a ser parte de su historia y su familia. Sus padres, Graciela Alicia Romero y Raúl Eugenio Metz, fueron secuestrados en diciembre de 1976 en Cutral-Có y desaparecidos por el terrorismo de Estado.
Adriana, hermana del nieto restituido, fue criada por sus abuelos paternos con la verdad como bandera. Esa verdad que la familia sostuvo con fuerza, incluso en los momentos de mayor silencio e impunidad. Desde muy joven se sumó a la lucha por encontrar a su hermano y, junto a las Abuelas de Plaza de Mayo, mantuvo viva la búsqueda durante más de cuatro décadas.
“Esperé toda la vida por este día. Fue un sacudón profundo, atravesó todo el cuerpo. Pero también fue una caricia, porque supimos siempre que él estaba en algún lugar y que un día iba a aparecer”, dice Adriana Metz conmovida.
La verdad llegó de la mano del trabajo conjunto entre Abuelas, la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) y el Banco Nacional de Datos Genéticos, que permitió cotejar el ADN y confirmar el vínculo. La noticia fue entregada personalmente por representantes de Abuelas, un gesto que refleja el amor, el respeto y el cuidado que se construye en cada restitución.
El encuentro entre Adriana y su hermano se produjo el lunes 8 de julio, en la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, ubicada dentro del Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA), un sitio que alguna vez fue símbolo del horror y que hoy es emblema de vida, verdad y reparación.
“Fue una mezcla de llanto, temblor y alegría. En ese momento me vinieron los abrazos pendientes, los cumpleaños sin él, las cartas que le escribí cada 17 de abril, el deseo intacto de que un día iba a volver”, comparte Adriana.
Durante todos estos años, su familia nunca dejó de sembrar memoria. Escribir cartas simbólicas, hablar de su hermano como alguien presente y sostener el relato fueron formas de resistir al olvido. Hoy, ese amor se transforma en certeza: el reencuentro, aún con todas sus complejidades, abre una nueva etapa.
“Mi hermano tiene su vida, su historia, y la vamos a respetar. Vamos a cuidarlo. No queremos invadirlo, solo abrazarlo. No se trata de llenar vacíos, sino de sanar heridas, de encontrarnos desde el amor y desde la verdad”.
Adriana lo dice con claridad y dulzura: lo importante no es solo lo que se recupera en términos biológicos, sino lo que se reconstruye en términos afectivos, simbólicos, políticos y sociales. Su familia, explica, no solo la conforman los lazos de sangre sino también la historia compartida, los compañeros y compañeras que se sumaron a la búsqueda, los afectos que se mantuvieron firmes en la espera.
“Somos una familia ampliada, diversa, construida desde el encuentro y la verdad. Esta restitución no es solo de él, es de todos. La identidad es un derecho que nos atraviesa como sociedad”.
En tiempos en los que los organismos de derechos humanos sufren el recorte de recursos y son blanco de ataques negacionistas, la historia de Adriana y su hermano vuelve a poner en valor la importancia de la lucha colectiva, de la constancia, de la esperanza que no claudica.
“La difusión también es una herramienta de búsqueda. Yo siempre creí que algún mensaje iba a llegar, que él iba a sentir que lo estábamos esperando. Por eso hablé, por eso milité, por eso escribí. No era solo por él, era por todos”.
El fútbol y la memoria: un gesto que también abraza La lucha por la memoria y la identidad encontró un eco muy especial en un ámbito que parece lejano a la política pero que está atravesado por la vida cotidiana y las emociones: el fútbol. El ultimo domingo, el plantel profesional de Ferro Carril Oeste ingresó a la cancha con una bandera que saludaba y daba la bienvenida al nieto 140.
Para Adriana, ese gesto fue una muestra concreta de cómo la memoria y la justicia pueden contagiarse y multiplicarse.
“Soy cuerva, pero sentí un gran orgullo porque la alegría se comparte y la lucha es colectiva. Ferro así lo entendió y es por ahí”, dijo emocionada.
Desde la Subcomisión de Derechos Humanos de Ferro, su presidente Mariano Vignozzi explicó que este tipo de iniciativas surgen del compromiso con la memoria y la verdad. Señaló que en un momento en que el Estado reduce recursos y fuerzas en los organismos que trabajan en la restitución de identidades, el apoyo institucional y social es fundamental para sostener la lucha.
La bandera, además de celebrar la restitución, invita a quienes dudan de su identidad a acercarse y buscar respuestas, mostrando que el amor y la justicia pueden encontrarse en todos los rincones de la sociedad.
Cada nieto y nieta restituido es una conquista para toda la sociedad. Una victoria que interpela a seguir construyendo memoria, verdad y justicia para que nunca más se repitan los horrores del terrorismo de Estado. La historia de Adriana y su hermano es el reflejo del amor que no se rinde, de las Abuelas que siguen tejiendo un futuro con dignidad, y de un país que se esfuerza por abrazar la verdad.
“Estamos un poco más completos, un poco más juntos. Ahora, con mi hermano, con todos los abrazos que nos debemos”, dice Adriana con la voz cargada de ternura y compromiso. | |